La forjaron
de las lágrimas de un volcán,
con una
lengua de fuego que se veía desde
el albaycín
hasta el Kilimanjaro.
Le dio color
al día y a la vida…
Hecha de añil de Ginkgo biloba, cada
momento único
y solitario como su corazón,
que se
mezclaba con el cielo, cielo carmín
en
matrimonio
dulce como el pionono.
¿Será ella
la mezquita escondida en este mundo
de nombres
falsos y tópicos?
¿Será ella
el suelo que se estira por la voluntad de mi
frente?
Pues lo
haré… Caminaré hasta el día en que me pueda
quitar estas
botas y relajarme en sus brazos,
mis tobillos
rendidos en las chanclas…
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